En Psicopico hemos hablado de las personas con alexitimia, aquellas que son incapaces de identificar tanto sus emociones como las de los demás; justo en el otro lado de la balanza se encontraría la empatía.
A veces se confunde la empatía con la simpatía. Una cosa es escuchar a alguien que nos cuenta sus problemas y poder simpatizar con ella, entenderle y apoyarle incluso, y otra cosa distinta es tener la capacidad de detectar las emociones de los demás y sentirlas como propias. Eso es la empatía.
Las personas empáticas se ponen en la piel del otro. Del mismo modo en que sucedería en una partida de póquer, a través de ciertos gestos o comportamientos pueden identificar qué siente su interlocutor. Y no sólo eso, sino que pueden saber cuál es la causa de ese estado emocional. Empatizar es literalmente ponerse en el lugar de la otra persona, en su propia piel. Por eso es un bien muy valioso en muchos ámbitos de la sociedad. Se trata de reconocer emociones y también necesidades; a las personas empáticas les resulta mucho más fácil ayudar a los demás. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que un exceso de empatía nos puede llegar a causar estrés. La empatía es muy importante en una comunidad, pero también lo es tener la capacidad de poder tomar cierta distancia emocional cuando sea necesario.
El grado de empatía de cada persona está íntimamente relacionado con su nivel de inteligencia emocional. Evidentemente, para poder reconocer el amplio espectro de emociones que sentimos en los demás, es lógico que seamos capaces de reconocerlas primero en nosotros mismos. Para poder ayudar con las de los demás, debemos saber cómo gestionar nuestras emociones.
A menudo, y con la mejor de las intenciones, intentamos ayudar a los demás diciéndoles cómo afrontar determinada situación según nuestra propia experiencia. Queremos compartir nuestros sentimientos y opiniones, y cuando se trata de los demás, solemos tener muy claro qué es lo que haríamos nosotros en esa misma situación. Pero aquí volvemos a ser personas simpáticas, no necesariamente empáticas.
La riqueza de la empatía está en que a través de esta habilidad entendemos cómo piensa y siente el otro, y podemos ayudarle reconociendo no lo que haríamos nosotros sino lo que harían ellos. Esta capacidad de ponerse en el lugar del otro hasta el extremo de sentir determinadas emociones como si fueran propias, es especialmente útil para el bien común.
Cada vez son más las voces que abogan por la reivindicación de la empatía como motor de bienestar social. Por definición, la empatía implica un “nosotros”, no solamente un “yo”. Encontrar el valor de uno mismo es fundamental, siempre y cuando se manifieste en el mismo grado en el que valoramos a los demás. Sea en una empresa, un país o en cualquier tipo de relación, afrontar la resolución de conflictos desde la empatía, nos asegura una solución mejor para todos. Después de ver las consecuencias históricas que tiene el que unos quieran ser más que otros, ha aparecido una tendencia a trabajar por el bien común que está creciendo. La empatía es el ingrediente principal de modelos educativos cuyos buenos resultados se están viendo ya en países como Finlandia. El futuro no habla en términos de “yo más”, ni siquiera de “tú y yo somos iguales”, sino de “tú y yo somos lo mismo”.
Fuente imagen: Peeks.
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