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El valor del juego no dirigido en la infancia

juego libre no dirigido

El juego no dirigido o espontáneo es la base del desarrollo infantil: los niños eligen libremente una actividad, sin instrucciones externas. Según Gray (2020), satisface sus necesidades psicológicas de autonomía, competencia y relaciones interpersonales, fundamentales para el bienestar emocional. Este tipo de juego incluye varias modalidades:

  • Juego físico (correr, saltar, rampas): mejora la motricidad gruesa, la coordinación dinámica general y el control del cuerpo.

  • Juego de imaginación (jugar a ser bombero, ofrecer una merienda imaginaria): promueve la regulación emocional, la resolución de conflictos y la empatía.

  • Juego cooperativo espontáneo, donde los niños inventan reglas y roles conjuntamente, que beneficia la comunicación, negociación y cohesión social.

Este juego libre también promueve la gestión saludable de conflictos. Por ejemplo, el rough-and-tumble (juegos de fuerza física) no aumenta la agresividad, sino que enseña a interpretar emociones y a autorregularse. Además, la “locomotor-rotational play” –spinning, vueltas, saltos– fortalece la percepción espacial, el equilibrio y la adaptabilidad neuromotriz, entrenando al niño para responder a lo inesperado. En este artículo de canalpsico.com podemos aprender más sobre la neurociencia detrás del juego libre no dirigido.

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Cómo el juego libre construye el afrontamiento de conflictos

El juego espontáneo crea situaciones reales de conflicto, como desacuerdos y tensión emocional, que los niños deben resolver sin intervención adulta. Un meta‑análisis de programas cooperativos halló mejoras en habilidades sociales y de resolución de conflictos, además de un incremento de la coordinación motora y del control postural en niños de distintos contextos.

La lógica es sencilla: sin una estructura impuesta, aparecen tensiones naturales (¿quién elige?, ¿qué rol tengo?, ¿cómo jugar?). Al manejarlas, los niños desarrollan estrategias de negociación, empatía y autorregulación emocional. Según Panksepp (1998) y Burghardt (2005), el juego libre eleva niveles de BDNF, factor neurotrófico que favorece funciones ejecutivas como flexibilidad cognitiva y capacidad de adaptación a retos.

Así, la etapa del juego libre es crucial para plantar las bases de la coordinación dinámica general: combina control postural, percepción espacial y respuestas motoras ajustadas a lo imprevisto. Es el terreno donde se enfrentan emociones, reglas y cuerpo en tensión: un auténtico “entrenamiento para lo inesperado”.

Transición hacia el juego dirigido: especialización y refinamiento

Una vez consolidada la capacidad de afrontar tensiones a través del juego espontáneo, se recomienda una transición progresiva hacia el juego dirigido —o guiado— con objetivos concretos. ¿Por qué?

  1. Especialización motora: en etapas posteriores (6–10 años), el cuerpo ya dispone de nociones motoras e inhibiciones emocionales para aceptar estructuras externas, lo que favorece el aprendizaje de habilidades más técnicas (coordinación motriz específica, estrategia, reglas precisas).

  2. Potenciar funciones ejecutivas: la neurociencia muestra que ejercicios complejos y dirigidos mejoran la atención, planificación y memoria de trabajo, gracias a la activación de redes de control ejecutivo.

  3. Orientación cognitiva: en psicología del deporte, el entrenamiento dirigido ayuda a orientar la motivación intrínseca del niño hacia objetivos concretos (marca personal, mejora de técnica), manteniendo el disfrute del juego.

Por ejemplo, un programa escolar semanal de juegos lúdico-matemáticos dirigidos durante 30 minutos, aplicado durante 10 semanas, mejoró notablemente la autoestima, el autoconcepto, y las habilidades sociales de niños de Educación Infantil, comparado con un grupo control. Esto evidencia que el paso del juego libre al estructurado puede potenciar no sólo la motricidad, sino también aspectos cognitivos y emocionales clave.

Estrategias para incentivar la transición

Una vez que los niños han experimentado y consolidado los beneficios del juego no dirigido, es fundamental acompañarlos progresivamente hacia formas más estructuradas de actividad lúdica. Esta transición no debe ser abrupta ni rígida, sino cuidadosamente diseñada para mantener la motivación y respetar el ritmo madurativo de cada niño.

Estrategias para incentivar la transición incluyen propuestas que respetan el espíritu del juego libre, pero introducen elementos de organización, objetivos y roles definidos. Esta progresión facilita la adquisición de habilidades más específicas, tanto a nivel físico (como la coordinación motora fina y la precisión de movimientos), como a nivel cognitivo y emocional (toma de decisiones, tolerancia a la frustración, trabajo en equipo).

A continuación, algunas pautas clave para aplicar esta transición de forma efectiva:

  1. Fomentar primero el juego libre
    Organizar espacios al aire libre con materiales simples (pelotas, cuerdas, colchonetas), donde los niños elijan actividades sin intervención del adulto. Es clave observar, no dirigir.

  2. Guiar sin imponer
    A partir de los 5–6 años, introducir propuestas abiertas: “¿Queréis probar un juego de lanzamiento en equipo?”, dejando que elaboren reglas y roles. Se trata de una dirección suave, aún con margen de creatividad.

  3. Planificar sesiones de juego cooperativo estructurado
    Diseñar actividades orientadas a objetivos comunes, como transportar un objeto entre varios o construir un circuito, donde la coordinación física y la colaboración sean esenciales. Estos juegos desarrollan la coordinación dinámica y la cognición estratégica.

  4. Incorporar el componente emocional y conflictivo
    En este tipo de dinámicas, prever encuentros que puedan generar tensión (por ejemplo, escasez de recursos de materiales) y guiar al grupo a la resolución: negociación, turnos, reglas justas.

  5. Evaluar y adaptar
    Es recomendable evaluar indicadores como:

    • Motricidad: equilibrio, control dinámico, tiempos de respuesta.

    • Cognición: toma de decisiones, memoria de trabajo, flexibilidad.

    • Social‑emocional: empatía, autorregulación, resolución de conflictos.

Estas estrategias permiten transformar el “caos creativo” del juego libre en aprendizajes valiosos, sin perder la esencia lúdica que impulsa el desarrollo infantil.

Del caos constructivo al juego con propósito

El juego no dirigido establece las bases del afrontamiento de conflictos, la coordinación general y el control emocional. Proporciona “experiencia en el campo” para resolver tensiones reales, sin intervención externa, y entrena el cerebro y el cuerpo para adaptarse a la impredecible realidad infantil.

Posteriormente, el juego dirigido toma ese sustrato y lo pule: añade estructura, objetivos y refinamiento cognitivo y motor. Así, se consigue una evolución óptima hacia aptitudes propias del deporte (toma de decisiones rápida, control emocional bajo presión, coordinación motora afinada) y herramientas de afrontamiento emocional que acompañan al niño durante su desarrollo.

Este modelo —primero libre, luego dirigido— responde a los principios de la psicología del desarrollo y del deporte: respetar los tiempos evolutivos del niño, partir de su capacidad espontánea y potenciar todo su potencial con un acompañamiento gradual, estratégico y emocionalmente respetuoso.

Referencias

  • Burghardt, G. M. (2005). The Genesis of Animal Play: Testing the Limits. MIT Press.
  • Gray, P. (2020). Free to Learn. Basic Books.
  • Lester, S., & Russell, W. (2010). Children’s Right to Play. Bernard van Leer Foundation.
  • Mender, R. et al. (1982). [Estudio sobre coordinación motora y juego cooperativo].
  • Orlick, T. (1990). Cooperative Games: Building Social Skills Through Play. Human Kinetics.
  • Panksepp, J. (1998); Burghardt, G. M. (2005). Beneficios cerebrales del juego.
  • Sutton-Smith, B. (1997). The Ambiguity of Play. Harvard University Press.
  • Spinka, M., Newberry, R., & Bekoff, M. (2001). “Mammalian Play: Training for the Unexpected”. Quarterly Review of Biology, 76(2), 141–168.
  • Cámara Martínez, A., Ruiz-Ariza, A., Suárez-Manzano, S., & Martínez-López, E. J. (2023). Integrated active lessons programme. ResearchGate.
  • Eriksson, K., et al. (2021). Comparativa juegos cooperativos vs competitivos.
  • Otros estudios recogidos en PMCid: PMC9590021, PMC4928743.

Iván Pico

Director y creador de Psicopico.com. Psicólogo Colegiado G-5480 entre otras cosas. Diplomado en Ciencias Empresariales y Máster en Orientación Profesional. Máster en Psicología del Trabajo y Organizaciones. Posgrado en Psicología del Deporte entre otras cosas. Visita la sección "Sobre mí" para saber más. ¿Quieres una consulta personalizada? ¡Escríbeme!

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