La tristeza es el sentimiento negativo caracterizado por un decaimiento en el estado de ánimo habitual de la persona, que se acompaña de una reducción significativa en su nivel de activación cognitiva y conductual. La experiencia subjetiva de la tristeza oscila entre la congoja leve y la pena intensa propia del duelo o de la depresión.El factor determinante para diferenciar tristeza e ira es el convencimiento que tiene la persona sobre la posibilidad de hacer algo o no con vistas a la recuperación de la meta o a la neutralización del estado aversivo. Cuando la valoración cognitiva lleva al sujeto a colegir que no existe plan alguno que le permita restablecer la meta perdida, entonces la emoción concomitante será la tristeza. Si se colige que sí, será la ira. La tristeza empuja al abandono de la meta o a su sustitución por otra, mientras que la ira se centra en su recuperación.
Los rasgos más relevantes del proceso emocional de la tristeza los siguientes:
Uno de los efectos cognitivos que provoca esta emoción es la atenuación de la atención hacia el ambiente y, a la sazón, su orientación hacia el medio interno. Esta medida procura al individuo un cierto aislamiento estimular, que le permite rechazar eventos emocionales que por su difícil manejo, generan tensión y dan pie a la emergencia de la tristeza. Además este estado de relativo confinamiento favorece la autoevaluación y la reflexión sobre la situación problema.Asimismo, influye también sobre los procesos de pensamiento de la persona: se asocia con una menor propensión a utilizar juicios heurísticos y, en su lugar, a guiarse por procedimientos rígidos y estereotipados. Cuando el contexto aporta evidencia de que el plan de acción clásico no siempre es útil, entonces el individuo atribulado modifica sus estrategias, adoptando esquemas de pensamiento más flexibles y novedosos.
La tristeza tiene una función de protección y restauración frente a amenazas procedentes del exterior. No es malo sentirse triste. Solo lo es, como en todo, cuando se sitúa en los extremos de su espectro de manera continuada. Por tanto, cuando hablamos de su afrontamiento hablamos de los métodos que ponen en práctica estas funciones, que fundamentalmente son tres: retraimiento, moderación funcional e impacto social.
La tristeza extrema adopta siempre un cariz incapacitante, frecuentemente dando forma a un cuadro psicopatológico de alta prevalencia, la depresión. El aspecto afectivo más destacable de esta patología es el sentimiento de melancolía profunda; junto con la incapacidad para experimentar placer alguno (anhedonia), impregna tanto los procesos mentales de la persona como su interacción con el medio. La persona se instala en una actitud pesimista y un desinterés que alcanza a todos los ámbitos de su vida.La reflexión mental se lleva a cabo de forma lenta y costosa, y se dedica preferentemente a la elaboración de contenidos negativos, que giran en torno a sentimientos de desánimo e incapacidad. La atención y la concentración disminuyen de forma notoria, básicamente como resultado del desinterés, la falta de motivación y el bajo nivel de activación.Se produce, además, una afectación de los ritmos biológicos, alteraciones del sueño y del apetito. Efectos fisiológicos como dolores de cabeza, ausencia de menstruación, estreñimiento, palpitaciones y sensación de cansancio crónico.
Domínguez, F.S. (2003) La alegría, la tristeza y la Ira. En Emoción y Motivación: la adaptación humana Vol. I Editorial Centro de Estudios Ramón Areces