Es imposible vivir sin que ocurran sucesos imprevistos o adversidades que nos derrumben. Sin embargo, desde el positivismo tóxico se pretende silenciar parte de la condición humana.
Ser y estar en el mundo implica que vamos a sufrir. No podemos evitar las situaciones adversas inherentes a la vida misma. No obstante, parte de la sociedad actual no quiere ver al otro llorar, no le quiere ver en duelo o no le quiere ver expresar sus sentimientos cuando se siente mal.
Hoy día se promueve el estado de bienestar perenne, lo cual no es natural. Se pretende que todos vivamos sumidos en una felicidad continua, un estado que es imposible de sostener y que, de intentarlo, solo acarrearía mayor malestar.
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Cada día abundan los “expertos” en bienestar repitiendo que “todo es cuestión de actitud”, que “debemos siempre sonreír” o que “el sufrimiento es opcional”, cuando la verdad es que no todo depende de la actitud, no todo se soluciona con una sonrisa y muchas veces sufrimos no porque lo elegimos, sino porque las circunstancias son desfavorables.
Con este tipo de sentencias, propias del positivismo tóxico, se invalidan las emociones desagradables. Podría decirse que no todas las emociones son negativas, pues, cada una cumple una función y son necesarias para sobrevivir.
Lo único que se consigue anulando el malestar es volverlo crónico porque todos necesitamos reconocer nuestras emociones y atenderlas para evitar los extremos. Por ejemplo, es natural sentir tristeza, pero lo que sí podemos hacer es buscar ayuda profesional cuando esta se prolonga y así evitaremos sufrir depresión u otro cuadro.
Muchas personas sienten frustración porque no logran sentirse bien, muy a pesar de intentar esconder o anular la emoción que aflora. Lo cierto es que hasta ahora no existe ninguna frase mágica para sentirse bien de un momento a otro y muchos procesos debemos vivirlos.
Negar los acontecimientos difíciles, lejos de ayudarnos a estar bien también puede tener efectos negativos, no solo en la salud mental, sino también en la calidad de vida en general.
Muchas veces son necesarios los cambios, pero para poder emprenderlos debemos identificar lo que sentimos y asumir cualquier obstáculo o desafío que tengamos de frente.
Un ejemplo de ella son los problemas económicos, los elevados índices de pobreza o los altos niveles de inseguridad que se viven en algunos países. Estas son circunstancias que no siempre se pueden cambiar. Sin embargo, una persona afectada por ellas sí podría mudarse, por ejemplo.
Pero si en lugar de tomar decisiones efectivas para cambiar su entorno y vivir mejor, se sumerge en los pensamientos propios de la positivad tóxica, a la larga terminará por hacerse más daño. Incluso, esta persona podría pensar que todo depende de ella y sentirse mal por no lograr sentirse feliz.
En otros casos, una persona podría también sufrir de depresión, lo cual amerita tratamiento farmacológico y acompañamiento terapéutico, pero si solo atiende frases positivas, podría empeorar su condición.
Así, el positivismo tóxico promueve que todo lo que se sienta sea lo bueno o agradable. Esto se extrapola a todas las esferas de la vida, la casa, el trabajo, la pareja, pero no es más que una ilusión.
En cualquier momento de la vida podemos vivir rupturas, duelos, pérdida del empleo, problemas familiares, pérdida de mascotas o amistades, e incluso enfermedades y, ante estos hechos, no queda de otra que vivir los procesos por el tiempo que sea necesario, sin presiones por “estar bien”.
En esas situaciones siempre es bueno conversar con amistades o personas de confianza, expresar y darle cabida a lo que se siente, sin intentar ahogarlo. En caso de no poder manejarlo, buscar apoyo psicológico, pero jamás silenciarlo, evadirlo o negarlo.