
En el día a día, mantener niveles óptimos de energía es fundamental no solo para cumplir con nuestras responsabilidades, sino también para sostener un bienestar integral. Parece hasta de sentido común conocer que existen muchos factores que impactan nuestra vitalidad: el sueño, la alimentación, el ejercicio, el manejo del estrés y, en algunos casos, el uso de suplementos como Energyheal de Adaptoheal, formulado con adaptógenos que buscan apoyar la respuesta del organismo al estrés y favorecer el equilibrio energético. Sin embargo, es clave recalcar que cualquier complemento alimenticio debe ser recomendado por un profesional de la salud, ya sea un psicólogo con formación en salud integral, un nutricionista o un médico, para garantizar seguridad y eficacia individualizada.
La energía no es un lujo: es una necesidad para el funcionamiento cognitivo, emocional y físico. Cuando nos sentimos fatigados o agotados, nuestra capacidad de concentración, toma de decisiones y regulación emocional se deteriora, afectando nuestra calidad de vida. Por ello, comprender qué factores la impulsan (y cuáles la drenan) es esencial para diseñar estrategias que nos permitan vivir con más vitalidad.
Tener niveles de energía adecuados no solo se traduce en sentir menos somnolencia o fatiga: también influye en cómo percibimos el mundo, cómo nos relacionamos con los demás y cómo regulamos nuestras emociones. La energía impacta directamente procesos cognitivos clave como la atención sostenida, la memoria operativa y la velocidad de procesamiento (Silva et al., 2023). Cuando nuestros recursos energéticos están bajos, el cerebro interpreta esta condición como un estado de “alerta de escasez”, lo que puede conducir a estrés crónico y disminución del rendimiento.
Además, existe una relación bidireccional entre la energía física y la salud mental. Por ejemplo, la fatiga persistente es uno de los síntomas centrales de trastornos como la depresión y la ansiedad (Smith & Jones, 2022). Aunque no siempre la causa, sí contribuye a un círculo vicioso: menos energía → menor actividad → aislamiento → mayor malestar emocional. Esto subraya la importancia de abordar la energía desde una visión integral y, siempre que sea necesario, con la guía de un experto profesional del área.
Como adelantamos, es casi de sentido común saber que es necesario tener ciertos hábitos que no drenen nuestra energía y limiten nuestra vida.
El descanso de calidad es la base de la energía diurna. La falta de sueño afecta negativamente funciones ejecutivas del cerebro y puede incrementar la hormona del estrés, el cortisol, lo que genera mayor sensación de fatiga y reduce la claridad mental (Walker, 2017). El profesional de la salud puede ayudarte a identificar factores que interfieren con tu sueño —como insomnio, apnea del sueño o hábitos poco saludables— y diseñar un plan personalizado.
Lo que comemos tiene un impacto directo en cómo nos sentimos. Un desayuno equilibrado con carbohidratos complejos, proteínas y grasas saludables brinda una liberación sostenida de glucosa, que es el principal combustible cerebral. Por el contrario, dietas altas en azúcares simples pueden causar picos de energía seguidos por “crashes” que nos dejan más cansados que antes.
Aquí es donde algunos suplementos pueden entrar en juego como apoyo, gracias a ingredientes adaptogénicos conocidos por modular la respuesta individual al estrés y favorecer niveles de energía equilibrados. No obstante, ningún suplemento reemplaza una alimentación adecuada, y su uso debe evaluarse con un nutricionista o médico que conozca bien tu historia de salud.
Nuestra energía no solo se experimenta en el cuerpo, sino también en la mente. El estado emocional influye profundamente en cómo sentimos la fatiga. Una persona con altos niveles de estrés o preocupaciones persistentes frecuentemente reporta sensación de agotamiento incluso tras dormir lo suficiente o alimentarse bien.
El estrés crónico activa de forma continua el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA), liberando cortisol y adrenalina que, a largo plazo, desgastan la capacidad adaptativa del organismo. Esta sobrecarga puede manifestarse en síntomas como:
Un profesional en psicología puede ayudarte a identificar patrones de pensamiento y conducta que mantienen estados de estrés elevados, y ofrecer técnicas basadas en evidencia (como terapia cognitivo-conductual o mindfulness) que han demostrado reducir la fatiga subjetiva y mejorar la calidad de vida (Grossman et al., 2023).
Tener energía influye en nuestra percepción de autoeficacia: la creencia de que podemos realizar tareas y enfrentar desafíos. Cuando la energía es baja, incluso tareas simples pueden parecer abrumadoras. Un psicólogo puede trabajar contigo en estrategias para potenciar la motivación y establecer metas realistas, reforzando así tu sentido de logro y bienestar.
Aquí recopilamos recomendaciones basadas en evidencia que puedes integrar en tu rutina diaria:
Mantén horarios regulares de sueño.
Evita pantallas y luz azul antes de dormir.
Crea un ambiente oscuro y relajante.
Incluye alimentos ricos en fibra, antioxidantes y proteínas.
Evita excesos de cafeína y azúcares refinados.
Consulta con un nutricionista para un plan adaptado a tus necesidades.
El ejercicio moderado regular mejora significativamente los niveles de energía y la salud mental. Estudios señalan que la actividad física regular puede reducir la fatiga en adultos sanos y en personas con condiciones médicas crónicas (Puetz et al., 2019).
Incorpora prácticas como:
Un psicólogo puede enseñarte estas técnicas y ayudarte a incorporarlas en tu vida con continuidad.
Los suplementos pueden ofrecer apoyo a la gestión del estrés y la energía gracias a ingredientes naturales adaptogénicos. Sin embargo:
Tener energía no solo afecta nuestra productividad, sino también nuestra salud emocional, relaciones y bienestar general. Para mantener niveles óptimos, es esencial abordar la salud desde un enfoque integral que incluya:
Recuerda: tu energía es un recurso valioso. Cuidarla con estrategias fundamentadas en evidencia científica y el acompañamiento adecuado puede marcar una diferencia profunda en tu calidad de vida.