Morfológicamente, el ser humano es una máquina maravillosa, capaz a nivel funcional de realizar movimientos espectaculares y lo que es aún más sorprendente, de aprender nuevos para los que no fue diseñado. Practicar golf o jugar al tenis, por ejemplo, requieren de una coordinación y de la activación de cadenas cinéticas que explotan al máximo nuestras posibilidades físicas. ¿Y qué decir de la quintaesencia del hombre, el cerebro? Gracias a unas capacidades de cálculo y una complejidad en la toma de decisiones que no muestran parangón en ningún otro fenómeno de la naturaleza, el ser humano ha sido, por ejemplo, capaz de pisar la luna apoyándose sobre esas capacidades.
Visto así, es normal que se corra el riesgo de caer en la autocomplacencia respecto a nosotros mismos. Y sin embargo, si algo estamos aprendiendo en el concienzudo y laborioso estudio de la psique humana es que nos hallamos muy lejos de la perfección. Nuestra mente muestra una ingente cantidad de funcionamientos defectuosos. Y lo que es peor, ni somos conscientes de ellos, ni en muchos casos somos capaces de detectarlos.
Estamos hablando de los llamados “sesgos cognitivos”. Podemos definirlos como alteraciones en la mente humana que son moderadamente difíciles de eliminar y que llevan a una distorsión de la percepción, a una distorsión cognitiva, a un juicio impreciso o a una interpretación ilógica. Hay dos aspectos claves aquí: por un lado, no los percibimos, no somos conscientes de su ocurrencia. Por otro, en un entorno de toma continua de decisiones, nos puede hacer descarrilar sin que siquiera nos demos cuenta. Y si hay un grupo afectado por ellos, con la exigencia continua de decidir qué hacer en cada momento, es el emprendedor.
Todos nos vemos reflejados en ellos cuando se nos expone algún ejemplo. Probemos con el test de atención selectiva. Se trata de contar cuántos pases realizan los jugadores vestidos de blanco. Si somos honestos y no hacemos trampas, llegaremos a un número determinado, para descubrir que en realidad el conteo era totalmente irrelevante. Igualmente, está probado científicamente que, a igualdad de probabilidad de ocurrencia para un determinado evento, nuestro cerebro percibe selectivamente y de modo mucho más intenso el evento desfavorable que el favorable. Dado que, como resultado de ello, permanece más claramente en la memoria, eso lleva a tomas posteriores de decisiones sesgadas por el resultado del evento anterior.
Hemos mencionado también que son moderadamente difíciles de eliminar. Una vez llegados a este punto, en el que capitulamos y asumimos que no somos tan perfectos como creíamos, se trata de desmontar su impacto en el día a día. Dado que el emprendedor asume riesgos continuos, ha de ser consciente en primer caso de estas dificultades. Las tomas de decisiones, especialmente aquellas más impulsivas y repetitivas, han de contemplar esta debilidad inherente. Protocolizarlas, diseñar un manual de comportamiento, entrenarnos en su ejecución son algunos de los caminos que minimizarán el impacto de estos sesgos cognitivos.
Daniel Kahneman ofrece muchas pistas y recomendaciones en su aclamado libro “Pensar rápido, pensar despacio”, un auténtico compendio y estudio pormenorizado de estos sesgos, su razón de ser, nuestra vulnerabilidad ante ellos y qué soluciones podemos anteponer para minimizar su impacto.
Y no olvidemos algo que, con total certeza, los emprendedores natos ya habrán detectado: todo sesgo cognitivo es una vulnerabilidad que es común a todos nosotros y que por tanto, explotada adecuadamente, nos puede proporcionar oportunidades de las que sacar partido en nuestro beneficio. Esa es la maravilla del cerebro humano de la que hablábamos inicialmente, capaz de sobreponerse a sus propias debilidades para incluso obtener retorno a partir de ellas.
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